KARMATRÓN ClÁSICO 1986-1991

En los Ochentas, la realización de un episodio completo de Karmatrón y los Transformables, se hacía en una semana, su servidor hacía el guión de manera improvisada ya que esa técnica siempre me gustó, aunque en mi mente ya tenía toda la historia general, en el momento de dibujar inventaba las situaciones, también dibujaba sin ayuda y ponía la letra.

Mi tía María Esther Loyo Roa y mi madre Hilda Loyo de González ponían el color sobre albanene con la técnica antigua de los lápices de color, en esos tiempos todavía no se utilizaba la computadora, en impresión se usaba lo que se llamaba "tapado de color".

Por otro lado, por la periodicidad semanal se utilizaban 4 días para realizar las 32 páginas de originales más forros y 2 días para el color; En el transcurso mi padre Oscar González Guerrero dirigía artísticamente todo el proceso.

La portada se hacía en dos horas, (con técnica de plumón), el mismo día de entrega temprano en la mañana, ya que al cuarto día del proceso de dibujo, yo comenzaba a trabajar en el siguiente episodio para tratar de adelantar y hacer colchón, aunque en realidad durante los años que duró la edición clásica siempre me mantuve entre los dos números de adelanto, por eso si me enfermaba era muy complicado ya que por ningún motivo podía dejar de trabajar pues la imprenta y la distribución me esperaban en una fecha definida, si no se perdía mucho dinero en todas las areas. Fue divertido este ritmo de trabajo y todo un reto.

En dos ocasiones que me enfermé una a nivel cirugía, llamé a mi amigo de la escuela (ENAP) y también colega en los cómics, Alfonso Sánchez, para que me ayudará e hizo dos números, pero los lectores comenzaron a exigir que si otro dibujante realizaba Karmatrón, dejarían de comprarlo, esto lo tomé muy en serio y cuando me enfermaba, comencé a utilizar el recurso de las repeticiones de escenas en algunos puntos de la historia para poder pasar mis momentos “fuera de combate”, con menos presión y más tranquilo para descansar durante las enfermedades.

¡Qué tiempos aquellos!